Llevo un tiempo pensando y observando
las consecuencias que hoy padecemos como resultado de la “liberación” femenina.
Si bien es cierto que debemos mucho a las mujeres que en su tiempo lucharon por
hacer valer la igualdad de derechos entre ambos sexos, no debemos olvidar que
quizás se nos haya pasado un poco la mano.
Hoy en día no es raro escuchar que, en
ciertas partes del mundo, hay más mujeres estudiando en las universidades que
hombres, porque es peor visto que una mujer no tenga una carrera. Tampoco es
infrecuente oír que una mujer trabaje, atienda la casa, crie a sus hijos, haga
ejercicio y se mantenga en forma, etc. Es como si constantemente tuviéramos que
demostrar nuestra valía y en el proceso, el nivel de exigencia que nos
imponemos es injusto, de alguna manera nos aterra que si cometemos el mínimo
desliz, éste fuera a dar al traste con años de lucha y realmente nos hemos
convertido en nuestros propios verdugos.
Una mujer debe ser perfecta,
mantener todo en orden, ser estricta pero sin agobiar, debe decir las cosas
pero sin menospreciar u ofender, al tiempo que debe repartir los gastos
económicos a medias con el hombre, para demostrar que es autosuficiente, sin
olvidar que a la hora de salir de fiesta es capaz de beber, fumar y
emborracharse como cualquier hombre… y podría seguir por horas enumerando la
interminable lista de parámetros que nos autoimponemos o simplemente aceptamos.
La “liberación” femenina, es algo
más que demostrar que podemos hacer todo lo que hacen los hombres y hacerlo a
la vez que seguimos haciendo todo lo que “antes” hacían las mujeres (debemos
tener presente que no somos “malabaristas de la vida”). Es algo que va más
allá, es poder elegir libremente lo que queremos hacer y lo que no, sin rendir
explicaciones por nuestras decisiones. Es tener la opción de casarte o vivir
felizmente soltera. Es poder exigir en la misma medida que somos capaces de
dar. Es estar con alguien que más que ser tu pareja, sea tu parejo, es decir,
que este a la par tuya, sin que eso implique una lucha y competencia “entre
sexos”. Es saber que somos capaces de hacer muchas cosas, pero eso no implica
que las queramos o “tengamos” que hacer todas. Es incluso, bajar la guardia y
permitir que un hombre sea el fuerte, el que nos cuide y proteja, el que a
veces tome las riendas y ejerza su rol “masculino” en la pareja y nosotras el “femenino”
o simplemente decidir que no queremos sacrificar nuestra libertad a cambio de
estar con alguien. Es tener hijos o no tenerlos, sin que eso implique que estaremos
“incompletas”.
La liberación femenina es LIBERTAD
DE ELEGIR, no es más trabajo y responsabilidades; pero sobre todo es conseguir
el equilibrio: entender que no se puede tener todo sin pagar un alto costo en estrés
y que a veces tenerlo “todo” implica perderse a uno mismo por el camino. No en
vano tanta carga ha reducido la expectativa de vida de las mujeres. Las mujeres
no debemos ser feministas (otro extremo tan dañino como el machismo), sino
femeninas, porque ésa es la verdadera liberación femenina.

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