El otro día, en la tarde, fui a una pequeña frutería. El lugar era un reducido oasis en medio del caos del tráfico de la ciudad, ahí entre ciruelas, tomates, papas, brócoli y pimentones me disponía a hacer la compra. De pronto una señora, bastante voluminosa por cierto, llegó a “organizarnos” a todos. Lo primero que hizo fue pedirme permiso, no para pasar sino para sacarme del sitio en el que estaba agarrando tomates para que ella pudiera coger los suyos. Aparentemente su compra era más importante que la mía, para ella claro está. Algo incrédula la miré y le cedí parte de mi espacio, al parecer no era suficiente, pues según su criterio, lo correcto era que yo me retirase y siguiera después que ella hubiera terminado, porque me dijo desafiante:
- Yo también quiero comprar – y acto seguido, me empujó a un lado-.
En ningún momento mi intención fue que no comprara y como el comentario y su actitud, no me agradaron apliqué la máxima: “Si no tienes nada bueno que decir, no digas nada”. Le dejé toda la sección de tomates a su completa disposición y me retiré a un lugar muy apartado de la mujer, a la que por fines prácticos, de ahora en adelante, llamaré Maruja.
Seguí por mi cuenta y luego fui a por papas. El lugar en el que se encontraban era bastante estrecho y ya había una señora cogiendo el tubérculo, moví su carrito de compra a un lado, pasé y lo coloqué de nuevo en el lugar que se estaba. En el espacio que quedó libre empecé a llenar la bolsa. De pronto apareció Maruja de nuevo y le dijo a la mujer, con el mismo tono que me aplicó a mí:
- Permiso.
La mujer, a la que por fines prácticos llamaré Teresa, le dijo, amablemente:
- ¿Quiere pasar?
- Sí, pero alguien atravesó aquí su carrito y usted se puso al lado y cerró el paso –replicó en tono petulante-.
Lo curioso es que la mujer quería ir a otro punto de la frutería por el lado más largo y complicado, que era justo en el que nos encontrábamos nosotras. Como si aun no hubiera dicho suficiente, Maruja, agregó:
- Es que yo también quiero comprar. Es más, éste carrito aquí –dijo mientras movía el carrito de Teresa- molesta. Lo voy a poner en otro sitio.
Es cierto el carrito ahí molestaba, pero en cualquier lugar que uno pusiera su carrito a esa hora de la tarde con el local abarrotado de gente, iba a molestar. Maruja continuó:
- Es que… -pero no pudo seguir, porque Teresa indignada ante el descaro de Maruja le dijo:
- Miré señora, si quiere pasar mueve el carrito, pasa y lo coloca de nuevo en su lugar, pero no lo cambia de sitio, ni le da órdenes a la gente de cómo debe hacer las cosas –dicho eso buscó su carrito y lo colocó en el mismo lugar-.
Maruja que había conseguido su objetivo, le replicó:
- Es que yo también tengo derecho a comprar y de ésta manera no puedo –como le pareció que había dicho poco, agregó-. Por gente como usted el país está como está. ¿Es que no se da cuenta que si su carrito lo pone aquí –volvió a mover el carrito de Teresa- es más cómodo?
- Cómodo para usted, pero no para mí –respondió Teresa ya harta-.
- ¡Ay!, por favor, no sea estúpida.
- Señora –replicó Teresa con los ojos fuera de órbita- haga el favor y no insulte. Respete para que la respeten, siga comprando y deje a los demás hacer lo mismo.
- ¿Cómo quiere que compre si no me deja pasar?
- Puede ir por aquí – le señaló el camino- y hasta llega antes.
- Pero yo quiero pasar por ahí –respondió indicándole el punto en el que nos encontrábamos nosotras-.
- Mire doña, yo me desperté muy temprano para ir a trabajar, estoy cansada y no tengo ganas de pelear con una persona como usted, que al parecer lo que ha hecho en toda la tarde es ver telenovelas.
Maruja hizo silencio en el acto, como si le hubieran activado el botón de mute y tras una pausa que pareció eterna, dijo:
- Lo que yo haga en las tardes, no es su problema.
- Claro que no, siempre y cuando me deje en paz.
Esa escena que, contemplé atónita mientras sujetaba mi bolsita de plástico llena de papas, me hizo pensar en lo siguiente:
Muchas veces, realmente casi siempre, la gente intenta dirigir nuestros pasos. Si estas soltera la pregunta obligada cuando te ven, justo después del ¿cómo estás?, es: ¿tienes novio? Cuando ya tienes novio la sustituyen por el ¿cuándo se casan? Una vez casada ¿cuándo van a tener hijos? Cuando tienes el primero, te preguntan ¿cuándo van a encargar el segundo? …
Y así podría continuar en una retahíla infinita de preguntas (laborales, sentimentales, etc.), directrices (qué hacer, dónde ir, cómo, cuándo, etc.) y exigencias de la gente, que terminan por desquiciar al más sereno. Porque realmente no cuentan TODO lo que has hecho sino lo que te falta por hacer. Claro todo eso según la perspectiva de personas a las que les importa un bledo lo que pienses, necesites o desees. Son seres como Maruja que intentan convertir tu vida en una telenovela, para luego criticarla y ver si la “trama” es buena o mala. Son personas cuyo fin es dirigir a los demás, recordarle lo que no han hecho, lo que les falta, lo que no tienen, porque eso es lo que se debe hacer o tener y en el camino se olvidan que cada cabeza es un mundo, que no todos pensamos igual, que la felicidad no siempre está en el mismo lugar para todos y que lo más importante es vivir y dejar vivir.
Aunque haya días en los que veamos el vaso medio lleno, otros medio vacío…
Desdela Barrera
